miércoles, 17 de septiembre de 2008

El ático 2




La cabeza le empezaba a dar vueltas, no sabía como actuar, no tenía escapatoria posible. Todo a su alrededor lo confundía, nada le propiciaba el consuelo y apoyo que necesitaba con tanto fervor en aquel momento. ¿Quién le había llevado a aquel lugar tan espantoso? Y sobre todo ¿por qué?.

Ileas era a su parecer un chico normal como cualquiera de su edad. No tenía nada especial, nada que pudiera llevar a alguien a secuestrarlo.

Vivía en Groncesvalle, un pequeño pueblito a las afueras de Corbinay. Aquel pueblo estaba delimitado por enormes montañas, las cuales impedían ver la ciudad y todo lo que se encontraba más allá de esa gran muralla. Extensos de trigo cubrían una gran parte de su superficie mientras que en las zonas de mayor altitud se podían contemplar verdosos prados de gran tamaño.

La vida transcurría lentamente, como sucede en todos los pueblos, lejos de los ruídos y agobios que sufrían los habitantes de Corbinay. Aparentemente la mayoría de los habitantes del pueblo tenían un buen trato, salvo algún malentendido las discusiones no solían estar a la orden del día. Su familia era muy humilde y nunca había tenido problemas relevantes con ningún vecino, todo el mundo los quería por su gran amabilidad y atención.

Sin embargo en Groncesvalle no todo era tranquilidad. Desde hacía muchos siglos circulaba una leyenda por el pueblo que se había transmitido generación tras generación. Algo tan terrible que mantenía inquietos a todos los habitantes temiendo que algíun día se pudiera llegar a cumplir. La leyenda databa de 500 siglos atrás, cuando el pueblo había sido atacado por seres que nadie había llegado a identificar. Numerosas versiones se crearon el respecto; muchos hablaban de bestias salvajes otros de seres endemoniados. Realmente nadie sabía con certeza que había pasado allí.

Entre los objetos que no fueran destruídos se encontró uno que llamó particularmente la atención de los posteriores habitantes del pueblo. Un pergamino escrito en una tinta muy roja advertía de un gran peligro. Lamentablemente un fragmento del pergamino se encontraba quemado por lo que no se podía leer todo su contenido. La parte legible comunicaba lo siguiente:
“ Nadie, absolutamente nadie saldrá con vida de este pueblo. Un día todos los planetas se alinearán y en ese momento el caos será terrible. El daño que habeis echo lo pagaréis y no podreis escapar a vuestro destino. Solo…”

Ningún habitante sabía como continuaba la historia y eso les creaba una gran preocupación.




Las imágenes se acumulaban en su mente, toda su vida podía estar siendo destruída por algo ajeno a él o quizá más próximo de lo que se pensaba. Una gran fuerza comenzó a surgir en su interior, algo le decía que no se encontraba en aquel ático por una casualidad.

martes, 16 de septiembre de 2008

El ático



Todo oscuridad. En aquella habitación imperaba la más sórdida oscuridad que uno se pueda imaginar. Un lugar en el que nadie estaría dispuesto a pasar un solo segundo de su vida. Un lugar que podría enloquecer a cualquier ser viviente.

El ambiente silencioso contribuía a que aquel entorno se volviera todavía más espeluznante y tenebroso. Sin embargo, algo rompía aquel silencio. Una respiración entrecortada y agitada se podía apreciar claramente en todos los rincones de aquella misteriosa habitación. Un joven de unos dieciséis años yacía casi inconsciente en un suelo mugriento donde únicamente había suciedad y donde solo las ratas podrían sobrevivir.

Poco a poco el joven fue recuperando la consciencia. Se llamaba Ileas y no sabía donde estaba ni que era lo que estaba haciendo allí. Su mente estaba completamente confusa y la gran oscuridad que lo rodeaba le complicaba mucho más intentar reconocer el entorno en el que se hallaba. Con el paso de los minutos pudo reconocer objetos que lo rodeaban y cada vez apreciaba con mayor detalle como era aquella habitación en la que se encontraba. Le parecía estar en una cárcel pues únicamente un pequeñísimo ventanuco lo comunicaba aparentemente con el exterior.

Unos ínfimos rayos de luz atravesaban el ventanuco que estaba protegido con gruesos barrotes de hierro. En la pared del cuarto había innumerables agujeros y estaba pintada en un tono lúgubre. De repente, Ileas se dio cuenta de que había algo en aquella pared, algo en lo que no se había fijado anteriormente. Unas letras de un rojo intenso decoraban la pared y en ellas se podía leer BIENVENIDO A CASA. Ileas apresuradamente tocó aquellas letras y pudo comprobar que sus manos se manchaban de una tinta rojiza lo cual le hizo saber que aquel mensaje había sido escrito recientemente y sabía que era para él.